Sin ataduras,
sin complejos.
Cada día me enfrento a la pintura como si fuese la primera vez, con la misma ilusión
del joven aprendiz que permanentemente busca hacer méritos para crecer profesionalmente.
Ante el lienzo me siento dueño del vacío, admirador de la fragilidad de la vida y
también de su belleza. Mis pinceladas suscriben la locución latina Carpe Diem, por lo que
procuro vivir y pintar cada día como si fuese el último. Intento capturar mis emociones con
tenacidad y constancia, sin complejos, expresando lo que pienso, lo que siento,
sin miedo, y lo hago a tombeau ouvert, con la sinceridad y el atrevimiento descarado de un niño.
Mi vocación artística nace de la creatividad del deleite, de la necesidad de
conectar con la gente a través de mi discurso, de mi sintaxis individualista. En esta etapa de
mi vida la pintura fluye con vehemencia después de haber sentido un renacimiento,
una nueva oportunidad para mostrar mi propia naturaleza desde una perspectiva diferente.
El paraíso Perdido
En cada una de mis obras busco una especie de Paraíso Perdido, como aquel que
construyera Milton para presentarnos una batalla literaria única entre el bien y el mal. Con
esa intención hago acopio de un imaginario metafórico que desea traspasar lo racional y lo
empírico para reconocerse en lo simbólico, en lo mítico, en lo mágico.
Pinto por vocación, porque me hace feliz, me da serenidad y porque me
permite conectar con el público de una manera directa por medios de sus emociones.