Las puertas de la percepción

La mítica banda californiana The doors debe su nombre a un poema del escritor
británico William Blake publicado en The Marriage of Heaven and Hell, tal como
reconoció el propio Jim Morrison. Concretamente el verso que inspiró al autor de An
American Prayer venía a decir: “Si se limpiasen las puertas de la percepción, todas las
cosas aparecerían ante el hombre como son: infinitas”. Hay cosas conocidas y cosas
desconocidas. Y en el medio están las puertas, solía recordar el compositor
norteamericano.

El discurso creativo del artista valenciano Jose Abril obedece a esa particularidad
artística de quienes han cruzado el umbral de la realidad para renacer estéticamente
en el terreno de la abstracción.
Siendo así, en esta última etapa, el artista valenciano
abandona el formalismo para de manera instintiva buscar, e intentar encontrar,
respuestas a las grandes preguntas de la vida. En ese existencialismo latente que se
percibe en sus últimas obras, reside uno de los propósitos pictóricos más sublimes que
consiste, tal como acuñara Kandinski, en transmitir al espectador el “principio de la
necesidad interior”.

En sus series “Marinas” y “Carpe Diem”, abre un diálogo espiritual consigo
mismo en el que para conseguir el “todo” necesita perseguir la “nada”
, siguiendo el
pensamiento contemplativo de San Juan de la Cruz. Ese carácter místico que
observamos, entre lo tangible y lo intangible, nos evoca a un espacialismo abstracto
que podemos observar en el empleo de colores planos, fondos monocromáticos y
escenarios libres de todo contenido formal. Ese rigor conceptual lo acercan a la
corriente minimalista tan admirada en Klein o Malevich, entre tantos otros artistas
universales, en la que el artista se aleja de cualquier interferencia figurativa e intenta
buscar su propia voz interior. Abril en cada lienzo habilita un espacio reflexivo para
la meditación, un lugar de reposo donde tomar un respiro antes de continuar en el
camino. Y a veces lo hace a modo de haiku como en su obra “Tokio” donde la idea
sencilla viene cargada de una reveladora significación. Con esa fuerza poética, sus
pinturas, como en los versos de Simone Weil, son una puerta “que al abrirse deja pasar
tanto silencio…”.

El mar es una constante inspiración para el artista. Los azules del Mediterráneo
acuden a su encuentro
, una y otra vez, para activarse en una paleta cromática de azules
infinitos, dinámica y vitalista, que hace que cada obra sea única, tal como podemos
comprobar en “marea lunar” y “marea viva”, donde vemos resembranzas al Action Painting y el
Colour-Field Painting estadounidense del siglo pasado.

A su vez, Abril necesita que sus pinturas sean expansivas, que tengan cierta
tridimensionalidad. Con sus propias manos, como las de un escultor, modula las
superficies de sus cuadros como quien moldea una figura imperfecta. Sus superficies se
plantean como recorridos volcánicos. Como territorios devastados por un seísmo que
deja a la vista sus placas tectónicas. Esa entropía, entre orden y caos, forma parte activa
de la obra de Abril, de su génesis artístico. Sus telas llaman a la puerta de las emociones
de quien las contempla hasta el punto de que puede llegar a entrever las tribulaciones
del artista. Con esa exigencia inconsciente de que la pintura germine en un cultivo de
emociones y brote del lienzo
para encontrar un diálogo más cercano con el público,
Abril introduce elementos cotidianos como cañas devueltas del mar, a modo de “objet
trouveé” para que se fundan con sus óleos y acrílicos con reminiscencias al arte povera.
En ocasiones, con los recursos que tiene a su alcance crea una “pintura de mercado”
como al propio artista le gusta decir.

LA BELLEZA COMO
RESULTADO IDEALISTA
DE SUS CREACIONES

Norberto M. Ibáñez,

En ocasiones, y sobre todo en su serie Carpe Diem, necesita que los colores, más
allá de su azul fetiche, iluminen sus lienzos y se impregnen de rojos, negros, blancos,
verdes y amarillos en sus diferentes combinaciones. Con ese ejercicio cromático el artista
provoca al espectador, le expresa sus valores, sus estados de ánimo…, en definitiva, le
muestra su alma. Y es que para Abril como para Cézanne “lo único verdadero son los
colores. Un cuadro no representa nada más que colores”. “En general, el color es un medio
para ejercer una influencia directa sobre el alma”, afirmaba Kandinsky. Siguiendo esa
estela de ideas pictóricas, Abril confiere a sus superficies un aire musical misterioso que
invita al recorrido circular
en torno a ellas, como se puede advertir en “Universe”.

Abril se identifica con aquella tendencia decimonónica parisina de l ́art pour l ́art,
en la que las obras literarias de artistas parnasianos como Gautier, Baudelaire o Verlaine,
perseguían un fin estético: la belleza como resultado idealista de sus creaciones. Un
arte subjetivo, sin pretensiones sociales, ni políticas, ni filosóficas, ni revolucionarias, que
buscaba, sin más, una posición contemplativa de la obra. Esta visión individualista se
apodera de las pinturas de Abril quien reivindica en cada lienzo su propia libertad de
expresión artística.

Este artista valenciano lentamente se ha ido despegando de la realidad cotidiana

para apuntalarse en un lenguaje simbólico en el que la filosofía existencialista de Jean-
Paul Sartre encuentra todo su potencial cuando afirma que “ser es hacer”. En ese relato

creativo, e incluso vital, el artista valenciano evoluciona hacia un terreno conceptual en
el que quien sabe si hay o no punto de retorno. Hace tiempo que abrió la puerta de su
interior para proponer al destino una estética en la que sus pensamientos llenasen la
inmensidad del vacío.
Y lo está consiguiendo con verdadera destreza.

Norberto M. Ibáñez, periodista cultural